NÚMERO 28 | Octubre 2023

VER SUMARIO

El niño del Psicoanálisis: Distintos modelos teóricos y sus consecuencias en la clínica | María T. Cena

En este año en que se cumplen 6 décadas de funcionamiento de nuestra Escuela, publicamos producciones de nuestros socios que dan cuenta del nivel teórico y clínico que nos caracterizó desde nuestros inicios. Compartimos un esclarecedor texto de Marité Cena y un excelente trabajo clínico de Graciela Macotinsky.   

Introducción
Un psicoanalista va cambiando a medida que transcurre el tiempo. A
veces una decisión voluntaria que proviene de un cuestionamiento a
fondo de su vieja teoría y práctica provoca su adhesión a una nueva
teoría que aparece, por lo menos en el primer momento, como la
panacea universal para sus males (de analista). Pero esta forma que el
cambio tiene de presentarse no es la más frecuente. En general, en los
psicoanalistas predomina la idea de ser coherentes con la idea de
ruptura.
Rosolato dice que la evolución de un psicoanalista, práctica o teórica, se
desarrolla insensiblemente y se comunica après-coup. Cuando una
teoría surge en un medio analítico, ya sea como producto de ese medio,
ya sea importada, se produce alrededor de este hecho una serie de
acontecimientos que van desde las adhesiones más apasionadas a los
cuestionamientos más agresivos. Pero en ese debate, en esa lucha, todo
el medio analítico se va modificando. De pronto nos encontramos usando
nuevas palabras para designar viejos hechos, o hacemos nuevas
preguntas o tenemos nuevas formas de escuchar. También reorientamos
nuestro interés hacia fenómenos que hasta ese momento no habíamos
percibido.
Me interesa discutir con ustedes esta evolución subclínica del
psicoanalista, en este caso, de niños. Un profesor de filosofía, Luis
Guerrero, decía que cuando surge una gran obra de arte, queda allí
plasmada toda la transformación y los nuevos modelos que la sociedad
ha creado en ese momento histórico. Pero además, más allá de esa gran
obra, podemos seguir los cambios en la vida cotidiana: en los utensilios de uso corriente, en las modas y costumbres. Entonces, la
pregunta sería: “¿cuáles son nuestros utensilios ahora?”.
Esta pregunta me obligó a hacer un alto y procesar mi quehacer de todo
este tiempo. En esta historia vamos a encontrar, por supuesto, los
grandes pensadores en psicoanálisis de niños, quienes intervinieron e
intervienen en nuestro medio psicoanalítico, a saber: Melanie Klein –el
origen mismo del psicoanálisis de niños en nuestro país–, Anna Freud,
Winnicott y, actualmente, los analistas de niños de filiación lacaniana.
El niño del psicoanálisis: distintos modelos teóricos y sus
consecuencias para el tratamiento.

Tenemos un punto de partida, un momento teórico importante. ¿Cómo
es concebido el ser humano en cada teoría? ¿Cuáles son los supuestos
que éstas implican y qué modelos nos traen? Finalmente, ¿cuáles son
sus consecuencias en la clínica?
El pensamiento de Melanie Klein es, en este punto, absolutamente
opuesto a aquel que imaginase un nacimiento a partir de la mente en
blanco, de una tabla rasa acognoscitiva, aconflictiva, sobre la cual se irán
inscribiendo las distintas experiencias.
El conflicto es para ella inherente al ser humano, como lo es la angustia.
El yo emerge en medio del conflicto, del fragor de la batalla entre las
pulsiones de vida y muerte. En este sentido, para Melanie Klein, el ser
humano nace en una situación de alto riesgo. Herido desde el vamos por
la pulsión de muerte, tiene como primera tarea hacer frente a la angustia
de aniquilamiento que es su correlato.
Surgen así las primeras deflexiones, las primeras escisiones, la
disociación: intentos de organización de una primitiva vida mental que es
concebida como corroída por la acción de la angustia. La pulsión libidinal
también se proyecta, se deflexiona y constituye objetos. Esto, sabemos,
mitiga la angustia y será el embrión del yo unificado. Lagache habla de
una fantasmática trascendental en el pensamiento de Melanie Klein. La
fantasía inconsciente, ese producto privilegiado y omnipresente de la
vida mental, tiene un origen interno, constitucional, instintivo. Pensamos
que hay “un apriorismo” en el pensamiento de Melanie Klein. En medio
de la lucha pulsional, los primitivos medios de defensa parecen funcionar
como categorías a priori, así como las categorías kantianas de espacio y
tiempo, como la forma humana de organizar los datos empíricos. Este a
priori en Melanie Klein nos daría, a la vez, la posibilidad de un
conocimiento y un desconocimiento del objeto. El objeto no es percibido
como objeto natural, para tener una representación interna de él, sino, en primera instancia,
para ser proyectado, para portar la pulsión de muerte, para ser un no-yo
amenazante, pero que puede ser recusado.
Esto nos lleva inevitablemente a interrogarnos por la función de ese
primer objeto: la madre. Ésta es una función que nada tiene que ver con
lo que imagina un realismo ingenuo. La madre está allí para ser
proyectada, para soportar esta proyección. Es importante que la madre
tenga la capacidad de soportar ser el primer objeto persecutorio del niño.
Si lo soporta (el odio) y devuelve amor, inicia un proceso de introyección
benigno. Si no lo hace, condena al niño a un mundo de objetos malignos
externos e internos.
La función de la madre es mitigar. Si ella mitiga, el niño repara. Además
de un objeto parcial (bueno y malo), Melanie Klein postula una presencia
total de la madre desde el principio soporte y embrión de la posibilidad
de un reconocimiento futuro como persona completa. He aquí un aspecto
interesante de la famosa reparación en Melanie Klein. El objeto debe
llegar a ser reconocido con una existencia independiente, con deseos
propios más allá de esta manipulación proyectiva.
Este paso no se da sin dolor. Hay un paso del temor al dolor que se hace
a través de la culpa que es vehiculizada por el amor. Sin amor por el
objeto no hay culpa ni integración posible. El dolor por el objeto, el temor,
ya no de la aniquilación personal sino del otro, es un requisito
indispensable para la integración y también para el conocimiento. En los
primeros momentos de su teoría, angustia y dolor son las emociones
básicas del hombre. Son el eje de su creación teórica y de su actuación
técnica. El penar por el objeto, el duelo.
El duelo es uno de los nódulos de su teoría. De allí nos quedan
descripciones extraordinarias: la manía, con su correlato de
omnipotencia, idealización y negación; la reparación obsesiva; la
caracterización del triunfo y el desprecio, y la culpa inconsciente y el
fracaso como sus consecuencias.
Pensamos que esta temática no debe ser ajena a la vida de Melanie
Klein, signada por el duelo. En su infancia muere una hermana de 9
años, quien le había enseñado a leer y escribir. En su juventud pierde a
un hermano de 25 años, artista, que había tenido mucha influencia en su
vida. Melanie Klein abandona sus estudios universitarios recién
comenzados, no sabemos si a raíz de ese último duelo, pero coincide
con él. Luego se casa, tiene varios hijos, y uno de ellos muere en un
accidente de montaña.
También sabemos que este duelo fue tomado por ella como material de
autoanálisis en su trabajo sobre el duelo y su relación con los estados
maníaco-depresivos. A esta altura tenemos derecho a pensar, de acuerdo con lo expuesto, si sería inexacto decir que el niño que Melanie Klein nos trae es un niño
enfermo, o, dicho de otro modo, que en principio no hay niño sano. Las
psicosis y las neurosis no son eventualidades del desarrollo normal sino
inevitables experiencias por las que todos pasamos. De las ansiedades
psicóticas iniciales, la neurosis es un primer grado de cura, de modo que
nuestra manera de referirnos a ella sufre una variación esencial. Desde
esta perspectiva, decir que un niño es neurótico es una redundancia:
todo niño lo es. Y más aún, para Melanie Klein implica ya un logro del
desarrollo. Un logro arduo, trabajoso, otro paso hacia la normalidad y la
salud.
En el mundo infantil primitivo terrorífico, lo percibido y lo proyectado
fantasmático se confunde. Baranger dice que la idea de un mundo
objetivo compartido no deformado y la posibilidad de un sujeto integrado
son conquistas, son producto final de un largo proceso; según Klein,
nunca definitivo.
Poner la pulsión de muerte en el seno mismo de la angustia primera; la
agresión y la destructividad en el centro mismo de la relación del sujeto
consigo mismo y con el mundo, es decir, llevar sistemáticamente este
concepto hasta sus últimas consecuencias, permitieron a Melanie Klein
avanzar audazmente en el problema de la psicosis.
Los recursos kleinianos vuelven inteligibles las estructuras paranoides
subyacentes a síntomas como la encopresis y la anorexia, los terrores
nocturnos, el insomnio y la hipocondría como internalizaciones
corporizadas.
Al llevar sistemáticamente la ansiedad y la angustia al seno mismo del
desarrollo libidinal psicosexual, Melanie Klein abre una óptica diferente, a
partir de la cual se hacen comprensibles las patologías sexuales, se
hace comprensible lo tortuoso del desarrollo sexual humano.
Ahora bien, ¿cuál es la consecuencia que esta teoría tiene en la clínica?
Una primera consecuencia es que Melanie Klein, interrogada acerca del
psicoanálisis de niños, afirma: si fuera posible, todo niño debiera ser
analizado; sólo cuestiones de otro orden lo hacen impracticable.
También se desprende otra consecuencia: el jugar del niño, modo
privilegiado de elaborar la angustia y obtener placer.
Desde lo más íntimo de la teoría kleiniana, es decir, desde sus teorías de
la angustia, surge uno de sus mayores hallazgos técnicos: el
psicoanálisis de niños basado en el juego.
El ser humano juega. Juega para repetir, pero también para elaborar,
para simbolizar. Despliega en el juego ese fascinante mundo de imagos
que a través de las personificaciones cobran vida. 

Al leer los historiales de Melanie Klein desfilan ante nosotros figuras
arquetípicas: el padre castrador, el brujo, la diosa madre nutricia, el
hada, la mujer fálica, la bruja, y todos los demonios y los dioses que –
como constelación imaginaria– son patrimonio de la humanidad en sus
mitos, poemas, dibujos, cuentos. Melanie Klein tiene el genio de traerlos
al interior de la sesión.
Pretender analizar niños sin juegos es, desde Melanie Klein, como
analizar adultos sin palabras; en tanto el juego “habla”, dice de los
conflictos del niño. El jugar en la sesión del niño es como el soñar en la
del adulto, la vía regia de acceso al inconsciente.
Hay una jerarquía en el juego, así como también hay una jerarquía de la
experiencia analítica sobre las demás experiencias infantiles. En tanto
los procesos de introyección y estructuración son tan precoces para ella
(como correctora de patología), los primeros años de vida son decisivos
para el ser humano, si de normalidad o de patología se trata. Pero hay
algo más: Melanie Klein postula, en determinado punto, la inmutabilidad
de ciertas estructuras, su impermeabilidad respecto a la experiencia y el
hecho de que no entren en el circuito madurativo de la
proyección/introyección.
Hablamos de determinado aspecto de superyó precoz, fraguado en el
punto de sadismo máximo y que Melanie Klein describe como profundo,
inmutable creador de severa patología en los niños y sólo accesible a la
experiencia analítica. Aun en ella encontramos un límite teórico a la cura,
que a veces no logra “reducir o mitigar su exagerado poder”. La
descripción de este superyó precoz y sádico es también de innegable
valor en la comprensión de los procesos melancólicos y de las neurosis
obsesivas graves.
La acción de este superyó precoz, verdadera cristalización de
identificaciones sádicas, provoca estragos en la vida psíquica. Sabe de
la fantasía inconsciente, amenaza, es fuente de intensos sufrimientos en
los niños ya que genera culpa inconsciente. El superyó precoz no
amenaza con la castración, sino con la devoración y el
despedazamiento. En el psicoanálisis de niños, Melanie Klein lo coloca
como factor etiológico de las perturbaciones psicóticas y neuróticas, y su
acción comienza en la mitad del primer año de vida.
No hay en Melanie Klein una teoría de la neurosis. Por el contrario, los
cuadros neuróticos se disuelven a través de una estructura de
ansiedades y defensas donde quedan, como restos, los núcleos
psicóticos, siempre puestos a desarrollar una nueva y potente actividad
(crisis de la vida). No hay garantía.
El pensamiento kleiniano nos deja un ensanchamiento del campo de
analizabilidad en niños y en psicóticos. Esta ampliación se debe al hecho
de habernos familiarizado con la idea de que la culpa inconsciente
genera sufrimiento psíquico aun en niños muy pequeños. De la mano de Melanie Klein nos atrevimos a analizar niños con neurosis graves y
psicosis, incluso en niños muy pequeños. Desde su teoría no
necesitamos la llamada alianza terapéutica.
Para Melanie Klein, el conocimiento consciente y la colaboración
consciente no son nunca suficiente garantía como lo es el alivio de la
culpa producido por la interpretación rápida, certera y profunda que
apunta inmediatamente a la fantasía inconsciente.
Para ella, los elementos básicos del proceso analítico son la
transferencia –sabemos que la concibe como inmediata aun en niños
pequeños– y la interpretación. El suceder de este proceso analítico pasa
por la integración, no por el recuerdo. Melanie Klein enfatiza la
disociación y minimiza la represión. En su teoría hay una hipertrofia del
concepto de fantasía inconsciente en desmedro de la reconstrucción
histórica freudiana. También de la identificación proyectiva en desmedro
de la identificación que había descrito Freud, no hay un proceso de
identificaciones singularizado. Descentra el campo del Edipo, como
estructurante, y el deseo en favor de la angustia. Tenemos en ella un
sujeto que produce una neurosis casi como una creación
predominantemente subjetiva y desde una perspectiva pulsional más que
significativa. ¿Cuál es la posición del analista en este punto? ¿Cuál es su
técnica?
En tanto la neurosis, decíamos, es concebida como una creación
predominantemente subjetiva, el análisis transcurre en soledad. Quedan
fuera de la teoría y del consultorio, no sólo la historia, sino también la
familia y la delicada trama que une la patología individual con la
estructura familiar, que es una de las tantas preocupaciones actuales del
psicoanalista de niños.
He podido chequear los conceptos de Melanie Klein en la clínica ya que
durante mis primeros años de analista tuve una formación kleiniana
ortodoxa. Así pude reconocer los grandes hallazgos de su pensamiento y
sus limitaciones.
Desde el campo de la práctica cotidiana, esta teoría me dejaba sin
instrumentos para abordar los casos menos graves, las consultas que no
implican neurosis o psicosis. Me faltaban los eslabones intermedios para
dar respuesta a reclamos que no implicaran como indicación un
tratamiento.
Desde la teoría y la clínica necesitaba incluir la historia familiar, los
padres, y, como decía antes, la comprensión que aporta el conocimiento
de la delicada trama que une la patología individual con la familiar.
Desde la intimidad del proceso terapéutico me faltaba uno de los ejes
fundamentales de la teoría freudiana: el de la identificación. El hecho de
que los conflictos no son sólo pulsionales sino conflictos identificatorios.
Y mi idea de que el modo de transmisión de los modelos familiares, ya
sea en la ideología, en el carácter, en la patología sistemática, se hacen a través de la identificación. Descentrar al paciente de este conocimiento
imaginario de su yo, es uno de los ejes del proceso terapéutico, a mi
juicio.
Desde una perspectiva diametralmente opuesta a la de Melanie Klein,
Anna Freud introduce –en su teoría del desarrollo libidinal y yoico– la
idea de una potencialidad que, en un despliegue total y sin interferencias,
llevaría al individuo a la salud entendida como logro de una vida genital y
de la constancia objetal. Así como vi en Melanie Klein el niño enfermo, vi
en Freud el niño sano. En Anna Freud hay una promesa de desarrollo
normal, hay un niño sano. Hay tendencias innatas al equilibrio, una vida
instintiva pautada y también conflictos esperables en cada una de las
etapas. Existe un progresivo crecimiento desde el estado de inmadurez
al de madurez sobre líneas congénitas predeterminadas. Más aún, las
tendencias innatas hacia la normalidad son tan fuertes –dice Anna
Freud– que pueden ayudar al niño a superar experiencias altamente
patológicas. Hablando de pacientes adultos, ella dice que existen
apetencias innatas en las personas tendientes a completar su desarrollo,
obtener satisfacción de los impulsos y preferir la normalidad. Considera
que los psicoanalistas debiéramos ser capaces de imaginar un desarrollo
interno idealmente normal, así como su contrapartida, condiciones
ambientales ideales.
Si recorremos la obra de Anna Freud, vemos que la preocupación por la
prevención de la salud mental es constante. Desde esta posición teórica
es posible proponernos la tarea de detectar los agentes patógenos,
antes que éstos hayan comenzado su tarea nociva.
En realidad, a lo largo de toda su obra, ella muestra dos preocupaciones:
una acerca de la posibilidad y dificultad en lograr una predicción, es
decir, un pronóstico clínico del desarrollo. Dice que dedicarnos a la
predicción es encarar un apasionante y conflictivo problema práctico, la
evaluación y el diagnóstico de los trastornos de la infancia, la predicción
de la patología, la detección precoz del peligro.
Mientras que para Melanie Klein la verdadera prevención, diríamos la
única, es el análisis, para Anna Freud se abre un inmenso campo a partir
de la aplicación de los conceptos psicoanalíticos a la educación, a la
crianza y a la pediatría. Ella trabaja permanentemente con médicos y
legistas, y así, por mencionar algunos de sus hallazgos, trató de crear
una técnica de primeros auxilios mentales en los hospitales pediátricos.
En sus últimos años estudiaba, con un grupo de abogados, el modo de
proponer reformas a la severa ley de adopción inglesa, con la idea
básica de que los padres adoptivos son los verdaderos padres.
En su pensamiento es muy importante entonces la idea de desarrollo y
de factores traumáticos o de agentes patógenos posibles de ser
detectados. 

Para Anna Freud, a diferencia de Melanie Klein, la neurosis no es
inevitable, sino una eventualidad del desarrollo, una de las alternativas
posibles. Ella dice que el término neurosis infantil, a su juicio, se ha
usado con demasiada frecuencia y desaprensión. Retoma el concepto
freudiano del Edipo, como complejo nuclear estructurante de la neurosis,
y la neurosis como efecto de la resolución del Edipo, de modo que hay
un límite de la analizabilidad en la latencia.
Anna Freud realiza una descripción muy rica de fenómenos intermedios
entre la neurosis, por un lado, y la salud, por el otro. Categoriza
desórdenes infantiles y perturbaciones como trastornos en el desarrollo.
Digamos que diagnostica, entonces, no sólo neurosis y psicosis sino
reacciones neuróticas, fenómenos neuróticos transitorios, demoras,
fallas, trabas y fracasos o detenciones en el proceso de desarrollo,
inhibiciones, regresiones normales, regresiones patológicas severas.
Anna Freud se acerca con cautela al análisis de niños, que, como
vemos, es una de sus tantas tareas. Su perfil diagnóstico, ya célebre por
su extensión, por el detallismo con que ella hace allí una semiología del
yo y del superyó, y de la libido y la agresión, es una guía no solamente
para un diagnóstico psicoanalítico, sino también para uno psiquiátrico
psicoanalítico. Con cuidado habla de un primer período de investigación
en el análisis del niño, que llama período preparatorio o preanalítico, y
que está destinado a lograr la alianza terapéutica y a reafirmar la
transferencia positiva. Hay un segundo período de cura. Se podría hacer
casi un contrapunto, tanto en la teoría como en la técnica, entre los
conceptos kleinianos y los conceptos annafreudianos.
Mientras Melanie Klein va directamente a la fantasía inconsciente, Anna
Freud toma una especie de recaudo: un largo período preparatorio antes
de iniciar la tarea analítica propiamente dicha. Creemos que esto que
hemos descrito como cautela, como cuidado, teóricamente tiene otro
nombre, y se relaciona con el hecho de que, en la medida en que Anna
Freud adhiere cada vez más a los conceptos de Hartmann y Kris, el yo
aparece como un gran actor de la escena: es el aliado terapéutico, se
trata de preservarlo, cuidarlo, de sacar las defensas patológicas e
instaurar defensas normales. Hay un aprendizaje en la tarea terapéutica,
un cuidado con la regresión y la desorganización. Ahora bien, ¿quién
sostiene el tratamiento analítico?
La respuesta en Melanie Klein es sencilla: la culpa. La culpa
inconsciente, la angustia. La culpa es nuestro mejor aliado terapéutico
(es decir, el alivio de la culpa por la interpretación).
Para Anna Freud, el proceso analítico se hace a partir de un contrato.
Hay un contrato de trabajo, y quien lo sostiene es, a mi juicio, el analista.
Ella dice que el niño, como tal, olvida los propósitos a largo plazo, los
propósitos del análisis, y es llevado por la búsqueda de satisfacción inmediata. El niño quiere satisfacer sus
impulsos, y el medio ignorante o excesivamente represor es el creador
de traumas. De este choque surge la patología y también el lugar del
analista, que para ella está en lugar del ideal del yo, o sea, quien
normativiza al niño.
Desde aquí es coherente su idea de la finalidad analítica como
adaptación que en potencia el individuo y su ambiente tienen, en tanto
están coordinados para lograr ese estado ideal de adaptabilidad anterior
al conflicto.
Anna Freud aporta ideas interesantes para el analista de niños: a) la
reconstrucción de la historia del niño en tanto traumática; b) la
reubicación de la neurosis como contingente y no necesaria en una
evolución; c) la patología también puede ser producto de un error, ¿cómo
ubicamos aquí la ignorancia? (esta idea la lleva a desarrollar una intensa
tarea pedagógica y educativa no sólo dentro del análisis, sino también
con los padres, maestros, abogados, etc.); d) la predicción de la
patología y el hecho de actuar preventivamente para evitar la
enfermedad infantil.
En esta apretada síntesis trataré de transmitirles las dificultades y los
hallazgos de mi acercamiento al tercer autor que voy a considerar:
Winnicott. Él nos aporta un modelo de niño, pero también un modelo de
analista. La primera lectura de Winnicott me llevó a pensar que éste era
un psicoanalista “no analítico”. No podía ubicar este nuevo lenguaje con
el que abordaba temas tan básicos como enfermedad y salud, en
términos de “el ser persona”, “el ser persona completa”, por ejemplo. Me
parecía que, después de haber alcanzado una gran precisión
terminológica, estábamos de nuevo en el lenguaje corriente. Sus
conceptos acerca del verdadero y falso self también parecían categorías
que habíamos dejado de lado en nuestro quehacer psicoanalítico.
El segundo paso que di en su lectura fue ubicar algunos de sus
conceptos como pertenecientes a un orden completamente diferente al
del lenguaje cotidiano, o sea, justamente como pertenecientes al
lenguaje filosófico.
Cuando Winnicott describe los procesos tempranos del desarrollo,
parece postular una especie de posibilidad innata de evolución creadora,
un principio vital o “élan vital” bergsoniano. Éste debe ser cuidado y
sostenido por una identificación creadora materna, y así dará lugar a la
continuidad del ser, la única garantía de salud.
El concepto de verdadero o falso self también remite a un concepto
filosófico –en este caso, hegeliano–: el de existencia auténtica e
inauténtica, impropia y cotidiana, como dos momentos ontológicos del
existir. La continuidad del ser, la historicidad de este devenir existencial,
la angustia frente a la nada.
Winnicott tiene la suficiente libertad de pensamiento como para
manejarse tanto con conceptos estrictamente psicoanalíticos, o de la tradición psicoanalítica, como con conceptos filosóficos,
introduciéndolos a su vez en el campo psicoanalítico, enriqueciéndolo.
Esta libertad de pensamiento la encontramos en la siguiente respuesta:
“No comenzaré por dar una visión histórica, panorámica, ni por mostrar
el desarrollo de mis ideas a partir de las ideas de otro, porque mi mente
no trabaja en esta forma. Lo que hago es reunir esto o aquello, aquí y
allá. Lo adapto a la experiencia clínica, formo mis propias teorías y al
final de todo me intereso en saber qué robé y de dónde”.
Estas ideas de Winnicott dieron respuesta a una problemática que se
suscitó en nuestro medio acerca del análisis de niños. ¿Es posible
operar psicoanalíticamente con el niño? O, como dice Rosolato, el
psicoanálisis de niños, ¿es psicoanálisis, o psicoanálisis transferencial?,
¿un maternaje?
Por esta ventana, y por su extraordinaria descripción de las
personalidades esquizoides, empecé a entender el pensamiento de
Winnicott y su particular modo de trabajo. Creo que cada uno de
nosotros tiene un modo de penetrar en el universo de este autor.
En las personas o fenómenos esquizoides es donde justamente está
cuestionado el ser. Futilidad y máscara en vez de autenticidad.
Discontinuidad en lugar de temporalidad.
La angustia impensable, producto de una falla materna temprana, ha
quedado atrás. Aunque ha dejado sus huellas en este ser que vive pero
no hace historia.
Otra ventana que me posibilitó entender el descubrimiento de Winnicott
es la idea de que la madre debe respetar al bebé. Si no lo respeta, si no
lo considera de entrada como persona, nunca llegará a serlo. Es el gesto
espontáneo, la movilidad, la agresividad constitutiva del mundo y de la
realidad, la omnipotencia infantil, lo que la madre debe sostener en un
primer momento para que este ser humano alcance ese sentimiento
básico de confianza que dice –aunque no lo diga–: “Si yo lo deseo o lo
pienso, sé que va a haber en el mundo”. Sabemos que sólo después
puede ser desilusionado, y que de este modo accederá al no-yo, al
simbolismo y, de allí, al campo inmenso de la cultura.
La vinculación de Winnicott con la pediatría –vinculación que nunca dejó
de lado– marca su peculiar modelo de analista. Él es un analista que
arranca de la clínica, y de una clínica de pacientes graves, psicóticos,
borderline, o severamente regresivos.
Winnicott establece dos condiciones para ser analista: la primera de ellas
es que el analista debe creer en la naturaleza humana, y en el proceso
de desarrollo. Esto es captado inmediatamente por el paciente. La
segunda condición es que el analista no debe refugiarse en la teoría ni
en la técnica. Éstas no están hechas para proteger al analista, quien
debe mantenerse vulnerable, es decir, expuesto.
Ahora bien, ¿cuál es la posición del analista? Winnicott dice: “Al principio
siempre me adapto un poco a lo que el paciente espera de mí. Sería inhumano no hacerlo. Sin embargo, en ningún instante dejo de
maniobrar en pos de la posición que me permita hacer un análisis con
todas las de la ley”. ¿Qué significa hacer un análisis con todas las de la
ley?
Significa comunicarse con el paciente desde la posición en la cual lo
coloca la neurosis o la psicosis de transferencia.
En tal posición se hallan presentes en mí algunas de las características
de un fenómeno transicional, dado que, si bien por una parte represento
el principio de realidad, por otra no dejo de ser un objeto subjetivo de la
fantasía del paciente. Podemos seguir preguntándole a Winnicott: ¿cómo
llega el analista a esa posición? Según él, lo quiera o no el analista, se
producen fallas. El analista produce fallas en el tratamiento que, a su
vez, reproducen metafóricamente otras: aquellas de las que el paciente
no tiene recuerdos.
Winnicott aporta una idea original en ese sentido: la del proceso analítico
en términos de re-desarrollo. He aquí una nueva posibilidad para el
psicótico, para el paciente esquizoide grave. Según él podemos rehacer
lo hecho, lo mal hecho, o lo no hecho.
El regreso a lo real es necesario si la psicosis debe curar. En el caso de
la psicosis, para Winnicott, no es posible un tratamiento tradicional u
ortodoxo. Éste está reservado para las psiconeurosis.
Con los pacientes psicóticos debemos establecer condiciones para que
el derrumbe sea posible, y que a partir de allí se rehaga o recubra ese
hueco de experiencia. En el devenir de las sesiones, se metaforiza la
falla, pero también se metaforiza el holding materno.
El niño y el analista juegan juntos, y así crean entre dos una escena que
nunca ocurrió.
Podríamos decir que Winnicott adaptaba su técnica a lo que planteaba
cada caso en particular.
Así como el enfoque de Anna Freud permite desplegar una descriptiva
muy rica de fenómenos intermedios entre la neurosis y la salud, y de
este modo articular una serie de recursos técnicos para el abordaje de
dichos fenómenos, que no requieren psicoanálisis, en Winnicott
encontramos algo similar pero desde el punto de vista de la psicoterapia.
Él convierte la consulta terapéutica en un fragmento de terapia, en un
minitratamiento.
Las “sesiones a pedido”, a diferencia de las sesiones regulares, y las
sesiones de duración indefinida, la conducción, son el método más
apropiado para el tratamiento de las psicosis.
En este marco también podemos citar el concepto de regresión
terapéutica, que podía ser realizada en la propia casa del paciente, si
contaba con un medio apropiado de sostén. Winnicott considera que no
es útil ni práctico recomendar un único tratamiento psicoanalítico para
cada niño; el aprovechamiento cabal de las primeras entrevistas pone al
terapeuta en condiciones de hacer frente a las dificultades que ofrece cada caso en particular. “No hay dos casos iguales”, dice Winnicott, y
entre el terapeuta y el paciente se da un intercambio mucho más libre
que el que se produce en un tratamiento psicoanalítico ortodoxo. Eso no
significa desmerecer la importancia del análisis de larga duración: hay
casos en los que, específicamente, está indicado y “el trabajo se lleva a
cabo a partir de la emergencia día a día, en el material clínico, de
elementos que llegan a hacerse conscientes como consecuencia de la
continuidad del trabajo”. “El psicoanálisis sigue siendo la base de mi
tarea”.
Winnicott trabajó cuarenta años en un hospital; calculo que, entre niños y
padres, vio unos sesenta mil pacientes. Este hecho en sí marca un
modelo de analista.
Consideraciones finales
Podemos decir que en nuestro país la obra de Lacan se conoce desde
hace ya algún tiempo, por lo menos quince años. Con lo cual tenemos
dos generaciones: una nueva, que ha sido formada casi con exclusividad
en esta teoría, y otra que comprende a los antiguos analistas.
También podemos decir que la teoría de Lacan cae, entre nosotros, en
un piso kleiniano, lo cual produce efectos especiales. Por un lado, este
piso era fértil y permeable, ya que estaba cuestionado y sentíamos la
necesidad de reubicar el universo kleiniano en un contexto más amplio.
En este sentido nos interesó la opinión de Mannoni cuando dijo: “Toda
teoría kleiniana se beneficiaría si se retomara dentro del campo de la
palabra”. Luego agregó: “Los objetos kleinianos se sitúan dentro del
orden de lo imaginario entre las dos cadenas del discurso manifiesto y
reprimido”.
En esta teoría, la fantasía inconsciente de Klein queda reubicada
entonces en el orden de lo imaginario como un inventario de las infinitas
formas del fantasma.
Uno de los parámetros lacanianos más aceptados en un sector de la
comunidad analítica de Buenos Aires que se dedica a niños es el
siguiente: se acepta una nueva concepción de síntoma y de la
enfermedad infantil donde ésta pierde su exclusiva dimensión individual
para pasar a ser también, como dice Mannoni,”la denuncia de un
malestar colectivo”.
Según este marco teórico, la constitución del sujeto se hace en el otro, y
su corte o separación lo deja ligado para siempre a una estructura
significante. Hay una prioridad lógica de representaciones y significantes
paternos que preceden al niño y lo ubican con un nombre y un lugar. En
el niño neurótico el síntoma es, entonces, portavoz de los fantasmas
paternos y está indisolublemente unido a ellos. El deseo inconsciente de
los padres es vehiculizado, a través del lenguaje, por lo dicho o no dicho
de un discurso, y se inscribe en el inconsciente del niño produciendo su efecto a nivel del síntoma. Dolto dice: “Nuestros niños son portadores de
nuestro pasivo, de la dinámica no resuelta, de todo aquello que hemos
vivido y rechazado”.
El síntoma tiene un texto, es ya una primera interpretación; en ese texto
leemos el discurso paterno, el significante del otro en mí. Así como
imaginé en Klein al “niño enfermo” y en Anna Freud al “niño sano”,
cuando leí a los franceses imaginé que nos traían un “niño atrapado”, es
decir, marcado o significado por el deseo inconsciente de los padres, o
por los significantes que lo precedían.
La lectura de material clínico de estos autores nos llevó a otras
cuestiones: ¿no existiría aquí una hipertrofia del efecto del deseo, así
como en Klein había una hipertrofia del efecto de la pulsión?
Más tarde, leyendo a Rosine Lefort, coincidí con ella cuando dice: “El
lugar que el niño va a ocupar en el fantasma debe ser calificado en cada
caso […] debemos retomar la cuestión de la atención prestada al
discurso familiar y ver cómo el niño le responde. Y, por lo tanto,
considerar que la prioridad del análisis con los niños es la escucha de los
niños mismos como sujetos enteros, separada de la escucha de los
padres, de los cuales no es meramente un apéndice”.
Así, reubicamos a los padres de otro modo: no se trata de cuestionarlos,
pues ellos también están “atrapados”, ni se trata de culpabilizarlos ni de
perdonarlos. Cuando nos comentan acerca de su niño, debemos
interrogarlos, es decir, “llevarles o devolverles a ellos esta cuestión del
síntoma”, en tanto el síntoma del niño –como todo síntoma– dice una
verdad que el sujeto desconoce. Pero en este caso se trata de una
verdad de todos, y de la que todos saben y no saben.
El movimiento lacaniano y los autores de niños de filiación lacaniana
abren nuevas cuestiones, por ejemplo el lugar del trauma en la vida
infantil.
¿Cuándo el nacimiento de un hermano se vuelve traumático? ¿Cuándo
el niño cambia su carácter, comenzando a desplegar una nueva
patología, o bien regresando a un estado psicótico?
Al respecto, Dolto, en el caso Dominique, aporta una idea interesante.
Ella dice: “Dominique, niño psicótico, bien adaptado al principio de su
vida, personalidad de apariencia, hasta el nacimiento de un hermano,
ignoraba el papel de fetiche que tenía en la madre […] Es a partir de este
estatuto de fetiche fálico que el psicoanalista puede dar todo su valor
traumatizante al nacimiento de la hermana […] Desde el día del
nacimiento de la hermana Dominique ha perdido sus referencias, ha
sufrido un completo desnarcisamiento. La posición subjetiva de
Dominique es tal que, habiendo escapado a la castración humanizante,
lo deja ahora a merced de una ‘imagen sin palabras'”.
La nueva idea es que los celos, la envidia, la agresión destructiva no son
efectos de la pulsión de muerte sino que han sido disparados por el lugar que el niño ocupaba previamente en la estructura fantasmática materna
y paterna.
Ahora bien –otra cuestión que despertó nuestro interés–, si en el adulto
el análisis busca levantar la represión y hacer surgir el recuerdo o la
fantasía, ¿dónde estaría lo reprimido en el niño? Podemos decir que en
la memoria de los padres, en lo reprimido de los padres, en el lugar que
ocupa ese niño en el discurso paterno. La historia está presente otra vez
en la enfermedad infantil, pero no se trata de las alternativas de la
pulsión como en Klein, ni de la presencia de factores traumáticos como
en Anna Freud, sino de la historia del deseo inconsciente y de la posición
que en el curso de tres generaciones tienen los protagonistas con
relación a la castración y el Edipo. Rosolato dice que se necesitan tres
generaciones para dar cuenta de una identidad. La historia retorna otra
vez como la vuelta de lo reprimido. ¿Cuál será lo reprimido ahora
nuevamente? He tratado de hablarles no sólo del niño y los modelos en
la teoría, sino también del niño como síntoma de la teoría del analista.

 

Bibliografía

Cena, María T. (1988). El niño del Psicoanálisis: Distintos modelos teóricos y sus consecuencias en la clínica. En Revista de la Asociación Escuela  Argentina de Psicoterapia para Graduados,  no.15, año 1988. (pp. 61-18).

Acerca del autor

María Teresa Cena

María Teresa Cena

Comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *